¿Desde hace cuanto tiempo juegas con desconocidos?- me preguntaron hoy.
Espero que desde siempre- pensé.
La alternativa es hacerlo con «conocidos», pero en todo caso nunca dejar de jugar…
Y es que hoy me metí a Málaga entre mis muslos, tras olernos, tocarnos y eternizarnos mutuamente. Ayer me invadieron los excesos de la mano de Palma de Mallorca y mañana haré el amor con Madrid muy suavemente, para que no se me escape ninguna caricia, embotellando así cada suspiro en mi memoria.
Y tal vez pasado, otra ciudad.
Otro país.
Otra isla, otros susurros me dejarán la piel a punto de placer…
«La felicidad dura una hora y ante el miedo del hombre se evapora»
Otro jueves que quise ir a esperarle a la parada del autobús.
A la misma hora, puntual y expectante, como siempre, aunque esta vez quise darle una pequeña sorpresa, por eso de cambiar lo bueno por lo estraordinario.
Tarde de calor en Madrid, una parada poco frecuentada y a una hora en la que te apetece estar en cualquier lugar menos en una parada de bus, la ocasión lo pedía a gritos.
Me puse un vestido muy corto y vaporoso, de los que se mueven solos según vas caminando o de los que se meten entre las piernas si te descuidas. Me puse unas bailarinas y salí así, sin ropa interior.
Por el calor, y por él…
Ya en la parada, me senté.
Gafas de sol, carmín rojo «bésame ya» y dispuesta a esperarle con una sonrisa hambrienta.
Unos 5 minutos y el bus se aproximaba. Subí un poco el vestido, dejando rozar mis muslos por él y abrí ligeramente las piernas. Pude sentir una ligera brisa y la excitación que comenzó a crecer o tal vez a resbalar.
El bus frente a mí parando. Yo humedeciendo mis labios lentamente con la lengua.
El calor…
Él, bajando a ritmo lento y caminando hacia mí.
Yo, acariciando y llevando mi cabello hacia un lado.
El bus que no acababa de irse de la parada. Mis piernas más abiertas aún, aguardándole.
Y él, cada segundo más cerca.
Y yo, cada suspiro, más excitada y palpitante…
_Yo, con vértigo y tú, haciéndome volar_ me dijo al aterrizar su mirada frente a la mía.
El olfato, tal vez porque quizás los olores evocan el privilegio de la invisibilidad y antes del tacto sucede el olor como una esencia que sabe desaparecer en el aire y ser agente de un gran poder. La seducción que despliega el olor es implacable. El sentido del olfato es 10,000 veces más sensible que cualquier otro de nuestros sentidos y el reconocimiento del olor es inmediato. Otros sentidos similares, como el tacto y el gusto deben viajar por el cuerpo a través de las neuronas y la espina dorsal antes de llegar al cerebro, mientras que la respuesta olfatoria es inmediata y se extiende directamente al cerebro. Este es el único lugar donde el sistema nervioso central está directamente expuesto al ambiente, con razón cada olor es un viaje a varias dimensiones… Y cuando digo olor, me refiero a ti y a ese perfume que dejas en mi habitación cuando te vas.
El oído, simbolizado a través del embajador que más le hace justicia: la música. Del griego: «el arte de las musas «, es , según la definición tradicional del término, el arte de organizar sensible y lógicamente una combinación coherente de sonidos y silencios utilizando los principios fundamentales de la melodía, la armonía y el ritmo, mediante la intervención de complejos procesos psíco-anímicos… Y por música entiendo tus jadeos, y gemidos abriéndose paso por mi piel…O tu voz con volumen descendiente, de ombligo hacia abajo, buscando el timbre de mi placer en tono impaciente. O mis silencios que persiguen el ritmo de tu respiración.
Y aunque Antoine de Saint-Exupéry, autor de “El Principito” dijo que “lo esencial es invisible a los ojos” la visión tiene una especial relevancia para el juego de la seducción. Lo curioso es cuando te veo acariciándote para mí, frente al espejo, desnudo, provocador, tan tú, y sin embargo no estás aquí.
Me ha llegado una carta, correspondencia a la vieja usanza.
Un poeta enmascarado hablando de rimas en la madrugada , de sucias palabras sin recato y de la belleza de las mismas.
Me dice que le gustaría que me tocara mientras las leo. Que comenzara a masturbarme mientras recuerdo el tacto de su cabeza entre mis piernas o el picor de su barba incipiente en las ingles, o la punta de su nariz hundiéndose en mi sexo cuando empuja su lengua más y más adentro. O tal vez que rememore lentamente el calor de su aliento quemándome hasta el ombligo.
Afirma que mientras escribe me visualiza humedeciendo mis dedos a la vez que voy juntando sus letras, para después llevarlas a mi sexo y guardarlas ahí, bajo su atenta tinta.
Me imagina entregada al placer sin restricciones y al sudor resbaladizo de la urgencia.
-Acaríciate y fóllame después, ataviada con tus vestidos de calle, con las botas oscuras y las bragas en la mano.-
Y así se despide, supongo que con la calma tensa de saber que puede ser en cualquier momento cuando volvamos a sentirnos.
Me susurró -«no voy a olvidarte nunca» – y su lengua comenzó a bajar sinuosa y aventurera recorriendo mi piel, bifurcándose en mis pezones, descendiendo por mi obligo, perdiéndose entre mis muslos.
Invadiéndome.
Buscándome.
Encontrándome.
-«Me voy a llevar tu olor conmigo»- pude escuchar que musitaba mientras su lengua rompía el curso de mi humedad.
Sus manos se apoderaron de mis piernas abriendo mis ganas al ritmo de sus movimientos.
Y en su mirada la promesa de placeres prolongados en horas alargadas y robadas a la lluvia de Junio.
De cuando Afrodita coincidió en el tiempo con Baco, él ya hacia vidas que la esperaba, y quien dice vidas, dice camas, sabanas, cuerpos.
De cuando se chocaron sus pieles, ella pensó al verle que desearía masturbar su alma a 2 manos y comerle sus miedos a besos. Mejor, que cuando el deseara besarla, ella le respondería con un mordisco en la comisura de su entrepierna.
El la miró y bebió para celebrarlo de su copa de vino.
A ella le excitaron los movimientos pausados de sus manos y pensó que deseaba sin prisa todas sus pausas. Hasta sus excesos, que ya los veía llegar.
El dudó si rozar su pálida piel o meterla mano directamente.
Ella le dijo que iba a hacer todos sus imposibles muy probables y que las dudas de la piel se resuelven con la boca.
El tiró la copa de vino sobre su pecho y comenzó a lamérselos a modo de celebración orgiástica.
Ella suspiró húmedas palabras mientras se embriagaba del aroma de Baco.