Hace varios besos ya, la loba conoció a caperucito en una noche de luna llena, cuando él llegaba de un viaje ínter espacial alrededor del asfalto.
Traía una maleta y 2 sonrisas guardadas en el bolsillo izquierdo.
-Me gustas tanto- le dijo él desde la profundidad de su pantalón.
-Pienso comerte esa sonrisa- pensó ella.
Y tras haberse leído mutuamente con los dedos, la intensidad fue cambiando de color.
Y cuando la intensidad se licuó y la humedad casi inundaba cada rincón de la habitación comenzaron a flirtear con la noche madrileña.
A veces volaban y rozaban alguna otra luna fisgona, otras veces se sumergían bajo olas orgiásticas repletas de jazz, fusionando risas y mordiscos.
La última vez que quedaron ella le prometió un encuentro inolvidable. Para él, para ella, para la ciudad.
La loba y caperucito irían a cazar ángeles de sexo indefinido en la noche más fría de la ciudad, para que las caricias de los 3 se unieran más allá de las sábanas.
Caperucito, un poco temeroso ante la idea, dudó unos segundos.
Los mismos en los que ella, mirándole y susurrándole imposibles, le apretó su excitación de tal manera que él asintió rápidamente. Estaba convencido que esa noche sería muy especial.
Caperucito aseguró que sí, que iría con ella, porque con ella no hay miedo, solo ganas de enredarse en su sudor.
Pensó en asirse a sus pechos azules de pezones dorados.
Deseó agarrar sus caderas y clavarle sus pensamientos ahí mismo, junto a la pared.
Imaginó sus 5 dedos, como 5 falos atravesando su boca, humedeciéndolos con su lengua inquieta.
Quiso bajarle las bragas en lugar de la mirada, pero se agarró a la prudencia y solo sonrió.
Excitado.
Nervioso.
Se besaron con palabras y saliva y salieron a la noche.
En una noche oscura, con los astros tiritando de excitación y de envidia…
«Tiempo, lugar y ventura muchos hay que lo han tenido, pero pocos han sabido gozar de la coyuntura».
Lope de Vega.
«Te quiero en mi cama»- me dijiste.
Y después… Frente al espejo, sin demora, sin palabras ni motivos, de rodillas detrás de mi, nos sorprendemos desnudos, piel con piel. Las sábanas anudando el momento y las ganas mutuas. Buscas mi mirada reflejada, la encuentras. Siento tu ritmo, voy robando tus movimientos . Apartas mi pelo de la nuca, la besas
Mis labios húmedos esperan tu lengua. Bailas dentro de mí.
Acaricias mi sexo.
Muerdo mi labio.
Te robo otra mirada
¿Como te llamabas?
El deseo corre. Pasión. Sed.
Te dejas llevar…
Alargas el momento.
«¿Ves? la eternidad es solo un instante»- me dices…
Y entre puntos suspensivos y elipsis, me dijo: -«Me dedico a las finanzas y a follarte…»-
Entró con prisa, se me antojó que salía de Wall Street, o similar, con esa elegancia incorporada tan particular. En unos breves segundos me desvistió con la profesionalidad del mejor aprendiz de seductor.
-«Quédate solo con las medias y el liguero»- Él, aún vestido y detrás de mí, comenzó a acariciarme, buscando mi mirada en el reflejo del espejo. Sus dedos en mi nuca, bajaban por la espalda con un ritmo sinuoso. Las caricias recién estrenadas y lentas se detenían en mis senos, con sus labios en mi cuello y los dedos enredando mi pelo. Me agarró por la cintura, mientras con la otra mano sujetaba mi cara para que no dejara de besarle ni un breve suspiro.
Con sus manos en mis muslos, buscó mi sexo, sin dejar de observar nuestro reflejo frente al espejo de la habitación. Más voyeur que nunca… más él que nunca. consiguió inflamar el ambiente y mis lunares. -«Separa más las piernas»- Me susurró. Y allí, con el espejo como testigo de este deseo matutino, busco mi placer humedeciendo todos mis rincones.
Sin tregua.
Con rendición.
La mía, claro.
Sus sabios dedos se deslizaban, se introducían como por derecho, volvían a su boca y de nuevo a mi sexo. Y así, muy pegado a mi espalda, con su aliento en mi nuca y nuestras miradas encontradizas en el reflejo del espejo dejé que el momento del placer se alargará, casi tanto como sus besos. Lentos, cálidos, húmedos, en llamas…